Para algunos el humanismo es un asunto del pasado. Para otros el humanismo es posible en el presente y en el futuro. De todos modos el humanista del futuro se ha de nutrir de los humanistas del pasado. El humanista del futuro debería tener la grandeza de Homero, la moderación de Aristóteles, el espíritu democrático de Pericles, el respeto por los derechos de los estoicos, la solidaridad de Jesús, la compasión del Sakyamuni, la “no violencia” de Gandhi, el respeto a la naturaleza de Thoreau, la tolerancia de Fray Bartolomé de las Casas, la vocación de libertad de Locke, la vocación de igualdad de Lincoln, la apertura cultural de Jorge Luis Borges, el relativismo de Einstein, la fe de Moisés, la independencia intelectual de Baruch Spinoza, la racionalidad de Descartes, el personalismo de Marcel, el pragmatismo de Adenauer, el idealismo del Quijote, el realismo de García Márquez, la autenticidad de Kafka, la versatilidad de Leonardo da Vinci, el tono crítico de Montaigne, la visión de futuro de Tomás Moro, la heterodoxia de Giordano Bruno, la sensibilidad de Rousseau, la creatividad de Bernstein, la capacidad de síntesis de Lao Tse, la sabiduría de Confucio, el liderazgo de Mahoma, la fuerza de Bolívar, los sueños de Martí, el equilibrio de Montesquieu, el coraje de Mandela, la rebeldía de Camus, la paciencia del Dalai Lama, la vocación universal de Juan Pablo II, la objetividad de Max Weber, la liberalidad de Tocqueville, la poesía de Antonio Machado, el pacifismo de Tolstoy, la creatividad del Dante, la apertura espiritual de Erasmo, la magia de Sai Baba, la inspiración de Alfonsina Storni, el arte de Miguel Ángel, la actualidad de Maritain, la vida retirada de Fray Luis de León y, en fin, el humanismo natural de todos los sabios que en el mundo han sido, en oriente, en occidente, en la antigüedad, en la modernidad, desde el Génesis hasta el Punto Omega, independientemente de su raza, de su nacionalidad, de su religión y de su cultura.
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